15 octubre 2010
Coelho
Pasan cuatro minutos de las tres y media de la mañana. Como desde ya hace varios meses, me cuesta mucho dormir, incluso cuando me vence el cansancio, tras dormir dos o tres horas, vuelvo a estar despierta.
Aprovechando estos momentos de insomnio, que mi ordenador sufre una avería, y qué desde hace tres días no tengo contacto alguno con el mundo exterior, exceptuando, las tardes en la playa y la llamada nocturna y puntual de mi madre para saber como estoy, he decidido repasar los mails que se acumulan en mi carpeta de “cositas”, donde guardo correos electrónicos, porqué el día que los recibí, causaron en mi algún tipo de sentimiento, otros los guardo simplemente por las imágenes, otros porqué hay alguna reflexión de mi querido y admirado Gabriel García Márquez. Pero no es de él de quien quiero hablaros.
La primera vez que llegó a mis manos algo de su obra, fue El Alquimista. Recuerdo que era jovencita y no comprendí muy bien su mensaje, debo confesar que no he vuelto a leerlo y tal vez debiera hacerlo. Pero precisamente leyendo un mail que hace unos días me ha mandado mi amiga Lucy, desde el otro lado del charco y que aún no había abierto, me he puesto a escribir estas líneas.
Cierto es, que la musa aparece cuando menos la esperas. Ella no entiende de horarios, ni de obligaciones del día siguiente. Ella llega y tienes la opción de aprovechar su presencia o dejarla ir, sin saber con exactitud cuando volverá.
¿Porqué tenemos esa mala costumbre “al menos yo si la tengo”, de aferrarnos al pasado? Es como si nos costara despegarnos de las cosas, de las situaciones, de las personas. Paulo Coelho, habla de cerrar capítulos, de cerrar puertas y ventanas, para comenzar de nuevo, de dejar de formar parte de aquellos que no quieren que formemos parte de sus vidas, de no vivir de recuerdos, de no estar esperando con la excusa de un “quizás vuelve, quizás vendrá, tal vez llamará”
¿Nunca habéis tenido la sensación, de ser meros espectadores de vuestra propia vida? Yo si, porqué no reconocerlo.
¡Pensadlo tan solo por un instante!
Vivimos de recuerdos, aferrándonos al pasado, simplemente porque fue mejor que el presente, y en vez de intentar hacer algo al respecto, nos lamentamos día tras día sin hacer nada por cambiarlo, hasta que llega el momento en que algo ocurre y nos hace reflexionar.
No puedes vivir eternamente pensando en la época de la adolescencia y querer seguir siendo adolescente, a los cuarenta. Ni a los veinte, pretender seguir siendo niño. Pero tampoco significa que tengas que envejecer, porqué ya pasaron ciertos años desde el día en que naciste.
Yo soy la primera, que aún hoy por hoy, sigo cuidando de aquella chiquilla de largas trenzas, uniforme azul marino y calcetines hasta las rodillas, que iba a la escuela.
Intento mantenerla viva, puesto que el día que ella muera, pocas cosas ya me quedaran por vivir, más que despedirme de mis hijos.
Mi casa está llena de hadas y duendes, velas e incienso, que prendo cuando todos duermen ya, y la casa se queda en silencio.
Es entonces cuando hago el repaso del día, y lo primero que miro, es cuanto tiempo les he dedicado a los chicos, todo lo que he compartido con ellos. Al fin y al cabo, son ellos los que facilitan más de la mitad del sustento de mis alegrías.
Supongo, que los que empezáis a conocer mis textos y para los que llegáis por primera vez hasta ellos, os debéis estar preguntando “¿hasta donde nos quiere llevar esta vez?”
Después de diez años de amistad, o al menos eso fue todo lo que yo ofrecí, pues es un sentimiento que atraviesa el alma, hoy, tras leer a Coelho, cierro una puerta. Una puerta, que abrí con todas la consecuencias que podía ocasionar dar amistad.
No es por despecho ni por orgullo. Quizás siempre he pecado de poner la otra mejilla, y no creo que a mis casi cuarenta años ahora vaya a cambiar. Pero si es cierto que con los años uno termina por aprender, o quizás no, no lo sé.
He aprendido a decir “Basta”, he aprendido a decir “No”, he aprendido a apartarme de aquello o aquellos que no me hacen bien, ni me aportan nada positivo, a elegir y a escoger qué o a quién quiero a mi lado, a decirlo claramente y en voz alta, sin verme en la obligación de tener que dar una explicación, a no ser, que yo quiera darla.
Soy responsable de mis actos, y por consecuencia, de las repercusiones de estos.
No soy un trozo de carne que pueda subastarse.
Señores, la época de venta de esclavos terminó hace tiempo.
Sé que muchos ni tan siquiera se tomaran la molestia de leer mis palabras, otros tal vez, se paren a pensar en ellas, tras leerlas. En todo caso, yo he aportado mi granito de arena compartiéndolo con todos vosotros, como siempre, para mí, es un placer hacerlo.
Un abrazo para todos aquellos que en un determinado momento de sus vidas, decidieron dejar de mirar atrás, y cambiaron aquello que no les gustaba de su presente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario