22 octubre 2010

Grietas



Llegó de puntillas, sin hacer apenas ruido y pidiendo clemencia ante la dureza de sus palabras.

Ella, que todo lo había esquivado desde su torreón, a salvo de que nada ni nadie pudiera o pudiese hacer tambalear aquel muro, construido con tan sumo cuidado, mientras veía la vida pasar con una extraña mezcla de nostalgia y melancolía. Anhelando caricias, besos, abrazos, palabras que de nuevo la hicieran estremecer, pero prefirió mantenerse al margen de todas aquellas sensaciones ya vividas, y cerrar cualquier sentimiento bajo llave en el baúl de su memoria.
Se planteó la vida como un reto. El reto de no volver a sentir, amar, desear, añorar. A pesar de todo, alguna que otra vez, se había preguntado, si aquella era forma de vivir la vida, pero jamás halló respuesta, tampoco le importaba no hacerlo. Había adoptado una postura cómoda, si, cómoda y a la vez cobarde.

Era consciente de que los años se le iban escapando de las manos, muchos años antes de separarse, ya había tenido aquella sensación.

¿Dónde estaba ahora su autosuficiencia? ¿Por qué estaba dudando? ¿Qué la había hecho plantearse de nuevo su forma de vivir? ¿Había bajado la guardia?
Intentaba averiguar en qué momento, había conseguido aquel extraño colarse en el interior de su mundo, nadie había logrado acercarse tanto a ella.

No hubo elogios, ni palabras embaucadoras, tan sólo una batalla encarnizada de palabras a las cuales él, no pidió tregua alguna, aguantó estoicamente todas y cada una de las embestidas de ella y aquella noche, no regresó…

Su noche se hizo eterna, la cama se tornó pequeña, invadieron su espacio planteamientos y dudas ya olvidadas, el tiempo se declaró ausente hasta que el sueño vino a buscarla.

Y por la mañana entre las tostadas y el té… él.

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